Viajero no te extrañe.
Viajero
que te acercas a estos raros tapices,
te prevengo
que son obra
de un peregrino incansable.
Son llamadas de color,
recuerdos de cuevas y lomas,
chorros de fuente
que él sólo conoce.
Trampas para dormir peces,
retazos de máscaras,
de ritos antiguos de la selva africana
en él encarnados.
Por eso
no te extrañe
tu deseo de tocar los volúmenes,
las texturas diferentes
donde las raíces
surgen como un todo misterioso.
El autor viajero
parado ante su telar
mezclando ramas con pita,
cerámica con esparto,
lanas con semilla,
sabe
que ha llegado la hora
de contar
en horas y horas
su crónica más íntima.
Para que se decidiera a buscar
sus raíces,
el autor viajero
se fue a la otra punta,
la entonces Unión Soviética,
y en ese primer salto,
observándolo todo
con sus ojos de artista,
añoró sus colores.
El rojo de sus flores salvajes,
el marrón de sus charcas ferruginosas,
el verde
de sus helechos gigantes.
Y hasta la nieve
le parecía más blanca
que la niebla
que inunda su valle sagrado.
Ahora sus manos
bailan sin cesar.
¡Qué paciencia tejer!
para dejar inmóvil
ese mar de hilos
que saltan y salen
de la verticalidad del telar.
Por eso,
viajero no te extrañe
tu deseo de tocar
receloso
esas crines de caballo,
ese lomo suave de elefante
o ese bastón tallado
varado en su arena
de playas de hilos.
SON COLORES TACTILES
(Christian Casares, 1993)
Viajero
que te acercas a estos raros tapices,
te prevengo
que son obra
de un peregrino incansable.
Son llamadas de color,
recuerdos de cuevas y lomas,
chorros de fuente
que él sólo conoce.
Trampas para dormir peces,
retazos de máscaras,
de ritos antiguos de la selva africana
en él encarnados.
Por eso
no te extrañe
tu deseo de tocar los volúmenes,
las texturas diferentes
donde las raíces
surgen como un todo misterioso.
El autor viajero
parado ante su telar
mezclando ramas con pita,
cerámica con esparto,
lanas con semilla,
sabe
que ha llegado la hora
de contar
en horas y horas
su crónica más íntima.
Para que se decidiera a buscar
sus raíces,
el autor viajero
se fue a la otra punta,
la entonces Unión Soviética,
y en ese primer salto,
observándolo todo
con sus ojos de artista,
añoró sus colores.
El rojo de sus flores salvajes,
el marrón de sus charcas ferruginosas,
el verde
de sus helechos gigantes.
Y hasta la nieve
le parecía más blanca
que la niebla
que inunda su valle sagrado.
Ahora sus manos
bailan sin cesar.
¡Qué paciencia tejer!
para dejar inmóvil
ese mar de hilos
que saltan y salen
de la verticalidad del telar.
Por eso,
viajero no te extrañe
tu deseo de tocar
receloso
esas crines de caballo,
ese lomo suave de elefante
o ese bastón tallado
varado en su arena
de playas de hilos.
SON COLORES TACTILES
(Christian Casares, 1993)